Enredaderas púrpura y humo



Yo asumo la brecha entre mis manos y tus ojos,

descuento la lejanía que me secuestra las almohadas
y me busco la soledad entre los dedos y sus marcas.

Un sigilo me viene de madruga cuando desentonan mis sueños
y quedo retenida en la bruma de las horas que se apagan en las pupilas lejanas,
que cierran mis sueños y me exilian al desamparo de una cama fría y deshabitada.

No soy la sombra tras tus huellas que, en suspiros maníacos,
sigue esa línea zigzagueante que es el recuerdo de ese pasado siempre presente
que me brinca entre anhelos desilusionados cuando llamo a tu ventana.

La orilla de la habitación termina en tus ojos
y más allá de ese salto a la nada quedo sumida en erráticos pensamientos
todos bordados por manos ciegas que se contraen al repetir tu sonrisa.

Es aquí la bastedad de un segundo que ya no es cuando lo miro de frente,
donde se juntan las esquinas asfixiadas que no pasan por tu cuerpo,
y ¿qué más había, sino esta sed eterna de llantos que no se consuman?

Voces, vienen y se van siempre, como miles de luciérnagas equivocadas,
esos gritos que se estrellan en la pared muda de enredaderas púrpura y humo,
que se roba la sinfonía de las risas que, entre ironías, destilan oscuras lágrimas.

Me acuso de infame, de alargar mis protestas hasta más allá de mis fuerzas,
de detenerme al filo de ese error sin vuelta de hoja al que nunca tuve derecho,
de mirar los espacios vacíos con ternura de hoja marchita sobre palmas cerradas.

Dejo las visiones disecándose entre tus labios
para robarle al sollozo su último gesto desgastado del marco de mis cielos apagados,
vago entre las prisas del tumulto amorfo que camina en este mar urbano de olas indecisas.



Nos urge un milagro

Podríamos dejar las cáscaras de las manos tiradas sobre el mantel, y bajar a las alcantarillas a rescatar cuatro o cinco estrellas.

Olvidar el comienzo de la historia y remover los espejos de las heridas, arrancarle un suspiro al reloj de la sala y dormir una siesta entre las espinas del ocaso.

No contemplar por una vez la miseria de mis manos en puño, o cortarle las alas a los errores perfumados, salir corriendo de la costumbre y desantenderse la tristeza.

Habría que volcar los pasos en la misma cesta y cerrar la máquina devoradora de sonrisas, ser sin el intento a medias, y darnos la mano y la yugular en un beso que nos rompa los labios.

Instalarnos en el borde una sombra desteñida y colocarle un marcapasos a la vida, retraerse en los rincones y ser locos y suicidas.

Andar por la gravedad con prisas de tocarnos la piel, ser la excusa perfecta para morir en una caricia, detener los cerrojos a media vida y cancelar las auroras, estamos a tiempo todavía.

Busquémonos bajo las uñas los vestigios de la alegría o detengamos los cronómetros que marcan la salida hacia la resignación.

Bombardeemos las murallas, vaciemos el miedo que nos pesa en los hombros, caigamos al piso de la mano... hallémonos la luz...

Nos urge un milagro...

Preámbulo



Tus manos palpando
los horizontes húmedos
que definen los bordes mi piel.

Ardiendo, las sábanas
se empañan con los vuelos
jadeantes de golondrinas furiosas.

Cae el peso de tu deseo en mi espalda
y de pronto se inundan los cuerpos
de gemidos entrecortados.

Velos de caricias que estremecen
los mantos de la dermis
abriendo caminos de saliva y sal.

Fuga de temblores que recorre
las cumbres de pasiones inaplazables.

Tu aliento, mi cuello...

Agitación en los sentidos,
preámbulo de sustancias
que se derraman entre las manos.

Urgencia de labios que se buscan,
voces que se ahogan entre besos,
dos cuerpos que se hallan.

El prodigio del sudor
que baja lento,
casi agonizante,
por nuestras ansías en conjunción.

Placeres incontenibles en la mirada,
anticipos de la gloria de la consumación
vertidos sobre la cama
que nos atrae hacia
el centro inexplorado
de un todo forjado
en el fuego inacabable de tocarnos.