la cotidiana agonía al fin se acaba,
se marchan las sombras de mis ojos
y quedo sin banderas para agitarle al tiempo.
Se me han muerto la piel y la sonrisa,
el punto final ha sido consumado,
las esquinas rotas ya no suspiran
y el viento se fue buscando mi fantasma.
Se me han muerto las ganas y el anhelo,
sobre el borde de lo fui no quedan segundos,
el manto negro me cubre los pies
y el polvo se aleja de las lágrimas.
Se me han muerto las fuerzas y las manos,
en la mancha que cabalgaba la luz
sólo hay un resto de melancolía
y las huellas desmienten mis días.
Se me han muerto las caricias y los temblores,
el rumor del olvido grita fuerte esta noche
en el fondo de mis tristes sienes atormentadas
y el frío entra hasta al alma inclemente.
Se han muerto los gestos y las promesas,
todo el vacío se arrincona en mi lecho
lleno de cicatrices con figuras exactas
y la mañana ya no es un buen augurio.
Se me han muerto los ojos y los pasos,
y la piel y la sonrisa, y las ganas y el anhelo,
se me han muerto las fuerzas y las manos,
y las caricias y los temblores, y los gestos y las promesas.
Señores... he muerto.