Letargo


Una serie de pasos arítmicos
se desencadenan en mi andar,
las luces de la ciudad se difuminan
entre las sombras que se esparcen
por las paredes ocre de mi pensamiento.

El letargo emocional que abraza con furia,
días de extraños vaivenes
se han acumulado en el vórtice de mi intranquilidad
y me sumerge en un grito que no se acaba
que me ata de manos,
me vacía de ganas...

Encontrarse de pronto
en medio de una escena marchita
que se ha repetido hasta el hartazgo,
adueñándose de las miradas
que nos siguen esquivando.

Se me alojan las manos en un frío devastador
y se sujetan gotas de aire en mi garganta
en cada intento de desterrar la ausencia.

Pronto se duermen los anhelos,
abandonados bajo las pautas agónicas
que han marcado estos días y días
de mirar la ventana
sin que las sombras de tu cuerpo lejano
se detengan y sonrían...

Aprehensiones táctiles


Me sostengo el pecho con la mano izquierda... el pecho derecho, no el tórax como una unidad... solamente mi pecho, como posesión, como objeto aprehensible.

Sostenía al mundo... un momento, algo pasajero, un punto de equilibrio y sosiego. Cartas sin manchas de tinta en la mesa de noche, botellas gastadas en un rincón y luces que entraban volando por la ventana cerrada.

Me sostengo la mano derecha en la izquierda.. la sostengo y me tiembla, no tiembla sola ni callada, tiembla al unísono con mi cuerpo, con mi tórax, con mi cabeza, unidad de temblores sostenidos ahora en mi mano.

Sostenía un cigarro entre los labios, un cigarro consumiéndose en silencio, sin esfuerzo ni aliento, un cigarro y no tus besos, no tus besos asfixiantes, ladrones de almas, tus besos capaces de detener el temblor generalizado de mi cuerpo.

Me sostengo el aliento durante segundos... segundos sin primeros que se esparcen en el suelo de mi cuarto, los busco a tientas en esta oscuridad glacial, busco segundos y busco tus manos... busco segundos para reencontrar tus manos... para que tus manos me reencuentren... para que me sostengan el pecho, los temblores, los besos, los abrazos, el aire... mi cuerpo

Costumbres y Rutinas



Hay ciertas costumbres que se van adueñando del ritmo de nuestras vidas, de una manera tan obscena como triste.

Me digo todos los días, por ejemplo, que mañana no subiré por la misma calle, que rodearé el banco y luego doblaré a la derecha... pero llega mañana, y lineal y fríamente subo la calle por la misma acera que el día anterior, y el anterior... y el anterior... y... bueno... etc.

Decididamente, la ciudad no es mi entorno predilecto, me estorban los carros, me angustia la prisa de la gente, los semáforos me causan espasmos, el humo de los carros me mancha los dientes y la ropa, los gritos de los vendedores ambulantes me enervan... no me gusta caminar sobre esos adoquines.. cuesta arriba y de regreso cuesta abajo... los tacones de mis zapatos invariablemente hacen un sonido vulgar que me repugna, me hace pensar que camino como una yegua desfilando... no lo tolero.

Odio las caras de las personas que suben y bajan al autobús... no sé porqué, ni desde cuando, pero me molesta más allá de mi fuerza que alguien ocupe el asiento contiguo al mío, es curioso... pero me fastidia y me amarga el día.

Ahora que no tengo más remedio que diariamente andar y desandar la ciudad, me he puesto a fijarme más en los detalles... hay dos o tres cosas que me gustan y me hacen sonreír... como el señor del acordeón, "la pulga y el piojo se quieren casar" siempre me arregla el día... pero el resto de ella, me provoca repulsión a gran escala... confirmado.

Extrañamente... ayer... sentí diferente el aire espeso de a diario, había algo, el color de los edificios... no era el de siempre, parecía como si alguien hubiese pasado la noche entera puliéndolos, abrillantándolos... Como si hubieran colocado incienso de sándalo en cada alcantarilla.. como si hubieran sustituido los adoquines por manicillo... Era una ciudad nueva... alegre... acogedora...

Rodeé el banco, giré a la derecha y encontré caras nuevas, no tan tristes como las de los días anteriores.. y caminé silbando..

Al llegar a la estación del autobús, justo antes de sacar las monedas para pagar el pasaje... sentí un leve pálpito en los labios... como si los tuyos siguieran besandolos con la fuerza de apenas unos minutos atrás... y de pronto un escalofrío me recorrió el cuello, como tus besos lo habían recién hecho...

Me quedó claro al instante: tus besos rompen mi rutina... mi costumbre... mi hastío... la ciudad...


Psicosis putrefacta urbana



A veces, cuando la ciudad me amenaza con sus fauces rencorosas, quisiera padecer sordera crónica, esas calles que se tratan de reinventar a sí mismas cada hora, que se frotan las manos buscando víctimas para hacerlas tropezar. Los movimientos zigzagueantes de olas humanas que corren a toda prisa desafiando el ritmo de los relojes, que buscan y buscan huellas y no hallan nunca, siquiera, un rostro. Los puntos muertos dejan de ser cimiento de esta tristeza antagónica al borde de mis ojos, y se convierten en la excusa de otra no razón que habita este pálpito torpe que me sobreviene en la misma esquina siempre.

A veces, el trayecto de vuelta no es acogedor, se torna gris, pesado, denso, poblado de cuchillos en las ventanas, con rostros agrietados asomados a los balcones, manos que tejen historias equivocadas, cansadas, apagadas, insalubres. Vacilar un segundo antes del asesinato colectivo, dejarse absorber por el moho ennegrecido de los recovecos de los edificios sulfuros que se levantan sin gloria sobre la mirada. Sostener el peso de un abismo que se yergue como si tuviera la fuerza de los años postergados en un nunca, tan voraz que emancipa las ideas de una sonrisa real. El desquicio de las angustias como estatuas deprimidas con los brazos en alto y la mirada caída.

A veces, los nubarrones que bajan hasta mis suelas, me contagian de esa lástima citadina que remueve el herrumbre de las botas de los caídos, tantos himnos perpetrando la avaricia de las manos secas, malolientes de la nada descifrada en los rostros de los incrédulos y rapaces con vocación de viaducto hacia ningún lado, escaramuzas lamentables e irrisorias de los párvulos soñadores de miserias ajenas. Las brasas incandescentes de los ojos vacíos con los que chocamos con la convicción de un suicida en la cornisa, son de pronto el refugio perfecto para el rencor desdeñado y las intensiones más escalofriantes y patéticas.

A veces, como si la vida llevara ritmo de sepulturero, nos movemos entre estañones de angustias y paisajes blanco y negro que nos hacen vernos amarillas las caras en los reflejos de los vidrios empañados. La vida misma con movimiento de alcantarilla, se va cuesta abajo por entre los adoquines que se levantan y buscan tu frente. Todo intento de huida es vano tormento, una fuerza vertical que te aplasta las ganas y te reduce a la miseria de un cuerpo visceral y óseo, con dermis de cadáver expuesto. Basta entonces con caer al suelo, respirar y aceptar la nueva condición de materia putrefacta, que se descompone al unísono con la ciudad.

Sombra Vagabunda

Salió impulsada, más por el sentimiento de morir aplastada por las paredes blancas, que por genuino interés. No tardó mucho en estar lista... los zapatos de siempre... de siempre cuando llueve. Se enfundó en un impermeable gris, como para disimularse en el ambiente, y una bufanda a rayas... larga... pesada.

El viaje era corto, 30 minutos en autobús, y estaría en medio de la ciudad. Una ciudad aún más triste que el cielo... decaída; que llora azufre en las esquinas, que apesta a pollo frito, que muere de hambre por las tardes.

Cuando llegó, llovía con tanta pena el cielo, que de inmediato sintió el deseo de devolverse, pero sabía que eso le rompería el alma y las piernas. Así que caminó... lento... haciendo una pausa antes de que el tacón de sus botas tocasen el suelo. Iba en medio de la gente que corría, que chocaba, se disculpaba y volvía a chocar.

Hacía frío.... pero apenas lo percibía, ya había pasado noches aún más frías, caminó con la certeza de no hallar lo que había salido a buscar: calma. Calma disfrazada de bolso, de blusa, de pantalón, de sombrero nuevo. Caminó la avenida atestada de gente sin rostro, sin manos... acaso piernas largas y agitadas. Caminó sin ánimo ni prisa para retornar.

Llovía... y la ciudad era un laberinto colorido de paraguas afilados... trataba sin éxito de escabullirse entre ellos, pero a cada paso... una punta de un paraguas ajeno clavado contra el suyo, contra su brazo, contra su espalda... casi contra el ojo. Cerró el que llevaba en la mano, para hacer su andar un poco menos torpe... ahora llovía el cielo sobre ella, en exclusivo...

Todas las gotas convergían en los rizos de su largo cabello. Eso tampoco importaba. No importaba el bolso que no iba a encontrar, ni la blusa que no se quiso probar, ni el pantalón que no le ajustó bien.

Luego caminó sin rumbo unas cuantas cuadras más, dejó de percibir la gente a su alrededor, ahora eran sólo ella y la ciudad enana que le mostraba los dientes. Dio vueltas varias veces, en varias cuadras, tratando de huir de esa mueca que le hacían las gotas de lluvia en los charcos. En vano...

Llegó sin notarlo a la librería de siempre... mecánicamente sus pasos le llevaron frente a la pequeña puerta de madera... Era un buen lugar para dejar atrás la lluvia. Entró en silencio.. saludó con dos besos a los chicos que la atienden... se coló entre las páginas amarillentas de los libros, tal vez buscando un poco de calor, tal vez tratando de disuadir a la lluvia para que no la hiciera llorar más... tal vez para ser sorprendida por alguna historia... tal vez...

Se sentó sonriente en la butaca frente al escritorio, hablaron un poco de Hegel, de Heidegger, de Chejov, del romanticismo en la poesía latinoamericana... reía coquetamente con los chicos... como siempre. Una taza de café y un buñuelo para recuperar el calor...

Nadie sabe cuántas horas se resguardó entre esas paredes tibias que un día, no se puede precisar cuándo, ni porqué, la acogieron con calor de hogar, con olor a abrazo interminable...

Juntó su bolso del suelo, se volvió a arropar, nuevos besos de despedida, los pasos hacia la puerta, y la sonrisa al bolsillo trasero de su pantalón... Iba de nuevo como autómata hacia la estación del autobús... le dio al conductor el coste del pasaje, y ocupó el primer asiento vacío que encontró, sacó su libro y se sumergió entre las letras...

Creía que todo iba bien, que esa batalla había sido ganada semanas atrás, hasta que... del fondo de sus ojos cayeron densas lágrimas mientras repetía murmurando "estoy perdida sin ti"

(A mis compañeros... esas otras sombras vagabundas... les ofrezco mis disculpas por tomar el nombre de nuestro refugio común... pero a veces... sólo a veces... se hace necesario este tipo de asalto a mano alzada... ya ustedes sabrán)



Proclama





No quiero sonrisas sin alivio
no quiero lágrimas sin sangre
no quiero tintas tenues en mi página.
Quiero morir en una palabra
erradicarme el dolor en un abrazo
caer golpeándome en la tristeza.

No quiero escapar con un mapa
no quiero certezas de calendario
no quiero muertes naturales.
Quiero balcones al viento
quiero espinas en la piel
llorar a entraña viva.

No quiero mi dermis cicatrizando
no quiero volar con cinturón de seguridad
no quiero sombras de mis restos.
Quiero intenciones homicidas
quiero locura amenazadora
correr en contra del destino.

No quiero absolución para mis demonios
no quiero errores irrepetibles
no quiero vasos semi llenos.
Quiero canciones como cuchillos
quiero pozos sin fondo para los deseos
quiero oraciones de no creyentes con fe.


Gotas de tinta


Los días van callendo
como gotas de tinta sobre mi piel.

El estridente y desacompasado tic-tac
provoca el revuelo de mi quietud.

La oscuridad sombría
lentamente se apodera de todo,
se impregna su olor en mi ropa
y castiga con piedras a mi memoria.

Retengo el aire de un segundo
como queriendo acallar a mi instinto,
se cierran las ventanas
y me quedo adherida a la pared.

Mis pasos se entretejen
con los gestos del un olvido equivocado
con las ansias insatisfechas
con que se nombran a los malditos.

Expectativas que se alzan en vuelos torbellínicos,
la sensación de una dermis muerta
en mis manos,
tentándome al vacío,
a una sonrisa contagiada de tristeza,
volcándome hacia la certeza de la nada.

Las gotas oscuras inundan mi piel,
los poros se me contraen consternados,
descuelgo los días de los relojes
y me apuro a caer en el silencio.



3:00 am




Intuyo el reloj a mis espaldas: 3:00 a.m.

Me detengo frente al abismo de lo incierto,
frunzo el ceño, empuño las manos,
respiro profundo... sigo viviendo.

Un golpe de recuerdos me caen al momento,
un sobresalto al corazón,
maldiciones por mi intento.

Los pasos no aguantan esta huida,
el dolor me detiene
en este punto muerto.

Me acosa un mar de dudas,
me ahogo en mis propios lamentos
trato de esquivar las lágrimas
pero me convierto en un fétido remedo
de una voz sin acento.

Promulgo mi silencio,
lo entierro muy adentro,
me encadeno al dolor de morir
con mi anhelos.

Vagas sensaciones y miles de tormentos
se me rompen las manos...
se destruyen mis secretos.

El llanto me acosa,
me corta el aliento,
me deja el alma de rodillas,
buscando sus fragmentos.

Hincapié en las heridas,
sal al corazón...
sueños desterrados...
locura...
incomprensión...

Vuelos de gaviotas malheridas,
mueren sin luz los faros tuertos,
muelles para las desdichas,
máscaras incrustadas en la piel.

Son las tres en punto,
frunzo el ceño, empuño las manos,
respiro profundo...

Corazón: estoy muriendo...




Palabras derrotadas



¿Y si cae la noche sin ánimo ni sonido,
franqueando los pasos que no llevan
a los puertos seguros,
donde el viento se desteje las manos?

Errante y lenta avanza la penumbra
buscando sollozos pasados
entre los rescoldos de las marcas
de las sonrisas que volaban cielos errados.

¿Y si marca la noche las líneas
que unen los puntos de esta agonía forzada,
atada al abismo de secretos adormilados
y llantos silentes que vienen en puntas de pie?

Taciturna, como los faros lejanos
que miran heridos entre humos,
que descienden hasta los huesos
y lucha contra su esencia de miedo y lágrimas.

¿Y si se detiene en este segundo
y se perpetua tatuando el hoy
con estos miles de pasos
que atracan en un mar bravío e inalcanzable?

Susurrando y muriendo se abalanza
abriendo sendas desconocidas
en los rincones caídos
dónde habita el desamparo del silencio.

¿Y si se pierde en la bruma
que deja la luna encallada en las pupilas
negándole a la tristeza
su espacio definido?

No se apura la noche a cubrir el instante,
se queda callada, mirando de frente
esa forma que dibuja la ausencia
y convierte en nada estas palabras derrotadas.




Arrullos y caricias

Entre sueños y caricias
son tus ojos mis delicias.

Todo el cielo en tu mirada
ve mi alma embelezada,
silenciosa…extasiada,
mi vida de nuevo incias

Entre sueños y caricias
son tus ojos mis delicias.

En tus manos la ternura
es esencia… vida pura
quitándome la armadura
buenos presagios auspicias.

Entre sueños y caricias
son tus ojos mis delicias.

Tu sonrisa angelical
no tiene belleza tal,
deja lejos todo mal,
nuevos cantos me propicias

Entre sueños y caricias
son tus ojos mis delicias.

Con arrullos y con besos
quedo en rodillas ante esos
enormes ojos traviesos,
ahuyentando mis malicias

Entre sueños y caricias
son tus ojos mis delicias.

Desaparecida...

Esta noche:
otra noche
que quisiera ser invisible,
tranparente,
materia sin forma
ni espacio,
no ser ni sombra
ni paso errado,
para que el invariable
e irreductible pensamiento
no me lleve hasta tu recuerdo.
No volver a tu boca
ni andar más por tus ojos.
Ser franco silencio,
nada absoluta...
Sin escombros de ese pasado
que vuelve imponente,
como si el tiempo de tus manos
marcara mi sonrisa,
como si los ecos de los llantos
lavaran de pronto
aquellas otras caricias
y me dejaran desnuda el alma
de nuevo en tus abrazos.
Esta noche:
otra noche...
Padecer la ausencia de tus besos,
en vela esperar el amenecer,
sin moverme ,
queriendo escapar de los temores.
Es tanto aún
lo que nos falta
y tanto aún
lo que no me dan
tus manos en vuelo
esta noche tan callada,
mientras espero
el llamado de la muerte
que traes con tu sonrisa.
Un golpe en el pecho
y un beso sin boca
que calla las mentiras,
que olvida los naufragios,
que me arrancan de la vida
con los silencios cómplices,
y los años en deuda...
y los daños a cuestas...
y las promesas incumplidas...
y mis idas... y mis vueltas...
y de nuevo mis tristezas...
Esta noche...
otra noche..
una noche...
invisible,
transparente,
desaparecida...



Pulso intermitente



Se me agolpan los silencios
y me pierdo en este abismo de miradas
que por instantes me roba el aliento.

Ando en tropiezos esta soledad
que es tan propia de mis manos,
o esta rabia que se me contagia con tu ausencia.

Cada parte de mis suspiros acabados
rodando cuesta abajo esta ruta de evacuación.

Los espejos me sangran por segundos,
me repiten las lágrimas que queman el rostro.

Todo mal herido, sin opción al retorno...

Mis pasos que se caen sobre tu recuerdo
dejándome atrás las ansias moribundas.

Un destello.

Otra madrugada añejándose en el vaso,
la mañana que se enfada y me vuelve la mirada,
me esquiva, asesinando las caricias
que duermen entre mis dedos.

El último soplido a la esperanza,
y yo... desvaneciéndome en esta nada.




Silencio amarillo



A veces la tarde me pinta un silencio amarillo,
con brasas muertas entre las hojas de guarumo,
con tintineos inacabables entre las manos de las nubes,
con margaritas desgraciadas llorando jamases.

El humo me intoxica la visión,
el frío entra por la ventana
y me vuelvo una fuga de grieta
por donde evado las miradas.

Recorro paisajes que se acabaron,
trato de llenarlos con rocíos de madrugada,
araño pieles hechas de aire y ceniza
y tropiezo con mi sombra que yace en la pared.

Los ojos se llenan de estrías
y todo huele a corona de muerto,
a hastío, a repudio contra mi memoria...

A veces no siento los brazos,
se incinera mi ser en los adentros,
se deshacen mis huesos a fuerza
de lágrimas secas reincidentes.

Evado los reflejos, todos,
como si fueran la daga asesina,
me perturban las ideas de un escape,
letal, inhumano...

Cuelgo de nuevo la ropa sobre mi sombra,
cubriendo las llagas de esta soledad,
me habitan temores,
me rompe en lluvia ácida el cielo.

El auxilio que no llega, que se esconde...

Me juega bromas mi ánimo,
me miente mi sonrisa...

A veces... tantas tardes,
se me han fugado los espejismos,
el resplandor de un vidrio
me obliga a tantearme el alma,
a buscarme entre los párpados
un pedazo de una caricia,
un roce, uno lejano.

Vago en mis monólogos absurdos,
recordando el filo del espejo,
buscando una geografía conocida
que dibujé en siglos ajenos.

Todo es vano: la brisa,
el llanto de afuera,
los caminos de salida,
la ruta desconocida,
los nombres de hace tiempo.

Me inventaré un sueño esta noche,
cargado de gotas espesas
que ahoguen este silencio amarillo...


Retazo



Escondida tras la puerta
con una lágrima colgando
de la tilde de este adiós interminable,
vaga la tarde con sus grises a cuestas
y todo el tiempo rompiendo su espalda.

Se desploman las palabras
sobre las cenizas de un pasado
que se ancla al silencio
quebrando las auroras vacías.

Los destellos del cristal de tu mirada,
como una fosa de muertos
que vienen hacia mí,
de todas partes,
atracando mis desvelos
en este punto distante.

El tiempo se marcha en dirección opuesta,
cercena el borde de mis manos
con tiempos de fuego y soledades.

Una caricia al tope de mis uñas
que se encadena a la ausencia
como herida perpetua y sangrante.

Esta colección de canciones rotas
que se aglomeran en las pupilas,
que me sumergen en el naufragio
de mis sábanas desiertas sin tu voz.

Otra noche en puntillas asomándose
en todos los rincones donde no estás,
ser de nuevo el intento fallido
de tus manos lejanas.. ajenas...
en este universo paralelo
de mi existir sin tu aliento.

Todo presagio me grita un ser en rodillas
que a veces tiene mi rostro delineado,
que me deja tras la mancha
de tus pasos en huida eterna,
tras este nunca que me convierte
en el retazo triste de una sombra
cayendo de tus manos...



En todos lados...



Te extraño en mis esquinas
en el silencio de mis manos
en los pasos de ida
en las sombras del rocío.
Te extraño en frases cortas
en el llanto permanente
en las figuras de la tarde
en el cansancio de mis labios.
Te extraño en mi pecho
en el tacto bajo la piel
en las velas por los rincones
en los vasos semi vacíos.
Te extraño en mi voz
en el color de mi cabello
en las ganas de abrazarte
en los años que se han ido.
Te extraño en mis adentros
en el fondo de mi mirada
en el eco de tu risa
en la luz de la ventana.
Te extraño en mi furia
en el torbellino que arrasa
en la caída de espaldas
en el tiritar de las almohadas.
Te extraño en esta nada
en el borde del abismo
en la brasas desgastadas
en las palabras mordidas.
Te extraño a mi costado
en el hueco de la aguja
en el aire de la hoguera
en el éxtasis consumado.
Te extraño en la zozobra
en el ímpetu del alba
en el secreto de los velos
en los pliegues de las cortinas.
Te extraño en mi desvelo
en la salida de emergencia
en la puerta equivocada
en el ácido de las paredes.
Te extraño en mi psicosis
en el ardor de mis pestañas
en los tonos de las nubes
en las alas maltratadas.
Te extraño en el revés de mis uñas
en los párpados caídos
en el fondo de mi ombligo
en el café de la mañana
y te extraño en todos lados.

Lágrimas celestes trans-versales


La técnica antigua de besos y manos
se nos cae en desuso a fuerza de silencio.

Te miro en el rincón abandonado
de días y espejos que reflejan el vacío
de los abismos esporádicos.
Se nos pudre la piel en los patios desolados
con adioses con zumo de vinagre
que escuece la sonrisa.
La misera de pensar en el camino de salida
un paso a la vez, un segundo por vez...
El rabo del ojo del huracán maniatado
nos expulsa del momento preciso.
Tintas tenues subrayando tu nombre
en el hálito de la sombra
que baila su paraplégica melancolía.
Absurdos recovecos con tu olor a todas horas
enajenando mis pasiones decaídas.
El tacto se nos marchita de espanto
en un milímetro donde cabe mi sonrisa
y deambula tu voz equivocada.
Pordioseras, las miradas,
afanan para siempres innombrables
que supuran lágrimas celestes transversales.

Esquelas oscuras

Se estancan los segundos en mis pupilas,
una noche de humos apresados
en redes de espacios vacíos,
incompletos de sustancias amargas.
Duelos de esperanzas post fechadas,
de quieros postergados en suburbios.
Mis manos temblorosas elevándose a la noche,
aferrando al aire como al último aliento.
Las líneas convulsionan en el suelo
y dibujan torbellinos inescrutables.
Andamios de suspiros elevándose
desde mis labios hasta la nada,
buscando la salida a este deterioro
de pieles rasgadas de llanto.
El frío agrieta mis labios
y se escapan por mis poros
las sonrisas muertas de espanto.
A través de la ventana,
una sombra negra entra y me mira,
escudriña mis manos
y se posa al borde de mi cama,
robando la última luz
que agoniza entre las sábanas.
El resplandor de un amanecer
que se mueve tres pasos atrás
cada vez que el viento lo mece.
Cantos desesperados acechando
en los rincones inconclusos
de una vida que se arrastra
entre polvos y arenas desérticas.
Muecas en los relojes taciturnos,
espejos que me repiten voces
que llegan de todos los puntos
y convergen en el silencio impuro
de esta noche que se avejenta
en las esquinas de una casa
que se habita a sí misma,
mientras mi piel se mimetiza con el aire.

Y la sombra...

... la sombra duerme conmigo en la cama...


Enredaderas púrpura y humo



Yo asumo la brecha entre mis manos y tus ojos,

descuento la lejanía que me secuestra las almohadas
y me busco la soledad entre los dedos y sus marcas.

Un sigilo me viene de madruga cuando desentonan mis sueños
y quedo retenida en la bruma de las horas que se apagan en las pupilas lejanas,
que cierran mis sueños y me exilian al desamparo de una cama fría y deshabitada.

No soy la sombra tras tus huellas que, en suspiros maníacos,
sigue esa línea zigzagueante que es el recuerdo de ese pasado siempre presente
que me brinca entre anhelos desilusionados cuando llamo a tu ventana.

La orilla de la habitación termina en tus ojos
y más allá de ese salto a la nada quedo sumida en erráticos pensamientos
todos bordados por manos ciegas que se contraen al repetir tu sonrisa.

Es aquí la bastedad de un segundo que ya no es cuando lo miro de frente,
donde se juntan las esquinas asfixiadas que no pasan por tu cuerpo,
y ¿qué más había, sino esta sed eterna de llantos que no se consuman?

Voces, vienen y se van siempre, como miles de luciérnagas equivocadas,
esos gritos que se estrellan en la pared muda de enredaderas púrpura y humo,
que se roba la sinfonía de las risas que, entre ironías, destilan oscuras lágrimas.

Me acuso de infame, de alargar mis protestas hasta más allá de mis fuerzas,
de detenerme al filo de ese error sin vuelta de hoja al que nunca tuve derecho,
de mirar los espacios vacíos con ternura de hoja marchita sobre palmas cerradas.

Dejo las visiones disecándose entre tus labios
para robarle al sollozo su último gesto desgastado del marco de mis cielos apagados,
vago entre las prisas del tumulto amorfo que camina en este mar urbano de olas indecisas.



Nos urge un milagro

Podríamos dejar las cáscaras de las manos tiradas sobre el mantel, y bajar a las alcantarillas a rescatar cuatro o cinco estrellas.

Olvidar el comienzo de la historia y remover los espejos de las heridas, arrancarle un suspiro al reloj de la sala y dormir una siesta entre las espinas del ocaso.

No contemplar por una vez la miseria de mis manos en puño, o cortarle las alas a los errores perfumados, salir corriendo de la costumbre y desantenderse la tristeza.

Habría que volcar los pasos en la misma cesta y cerrar la máquina devoradora de sonrisas, ser sin el intento a medias, y darnos la mano y la yugular en un beso que nos rompa los labios.

Instalarnos en el borde una sombra desteñida y colocarle un marcapasos a la vida, retraerse en los rincones y ser locos y suicidas.

Andar por la gravedad con prisas de tocarnos la piel, ser la excusa perfecta para morir en una caricia, detener los cerrojos a media vida y cancelar las auroras, estamos a tiempo todavía.

Busquémonos bajo las uñas los vestigios de la alegría o detengamos los cronómetros que marcan la salida hacia la resignación.

Bombardeemos las murallas, vaciemos el miedo que nos pesa en los hombros, caigamos al piso de la mano... hallémonos la luz...

Nos urge un milagro...

Preámbulo



Tus manos palpando
los horizontes húmedos
que definen los bordes mi piel.

Ardiendo, las sábanas
se empañan con los vuelos
jadeantes de golondrinas furiosas.

Cae el peso de tu deseo en mi espalda
y de pronto se inundan los cuerpos
de gemidos entrecortados.

Velos de caricias que estremecen
los mantos de la dermis
abriendo caminos de saliva y sal.

Fuga de temblores que recorre
las cumbres de pasiones inaplazables.

Tu aliento, mi cuello...

Agitación en los sentidos,
preámbulo de sustancias
que se derraman entre las manos.

Urgencia de labios que se buscan,
voces que se ahogan entre besos,
dos cuerpos que se hallan.

El prodigio del sudor
que baja lento,
casi agonizante,
por nuestras ansías en conjunción.

Placeres incontenibles en la mirada,
anticipos de la gloria de la consumación
vertidos sobre la cama
que nos atrae hacia
el centro inexplorado
de un todo forjado
en el fuego inacabable de tocarnos.



Homenaje Póstumo



Se me han muerto los ojos y los pasos,
la cotidiana agonía al fin se acaba,
se marchan las sombras de mis ojos
y quedo sin banderas para agitarle al tiempo.

Se me han muerto la piel y la sonrisa,
el punto final ha sido consumado,
las esquinas rotas ya no suspiran
y el viento se fue buscando mi fantasma.

Se me han muerto las ganas y el anhelo,
sobre el borde de lo fui no quedan segundos,
el manto negro me cubre los pies
y el polvo se aleja de las lágrimas.

Se me han muerto las fuerzas y las manos,
en la mancha que cabalgaba la luz
sólo hay un resto de melancolía
y las huellas desmienten mis días.

Se me han muerto las caricias y los temblores,
el rumor del olvido grita fuerte esta noche
en el fondo de mis tristes sienes atormentadas
y el frío entra hasta al alma inclemente.

Se han muerto los gestos y las promesas,
todo el vacío se arrincona en mi lecho
lleno de cicatrices con figuras exactas
y la mañana ya no es un buen augurio.

Se me han muerto los ojos y los pasos,
y la piel y la sonrisa, y las ganas y el anhelo,
se me han muerto las fuerzas y las manos,
y las caricias y los temblores, y los gestos y las promesas.

Señores... he muerto.



Agonía




Veo al tiempo moverse,

caminando en esa calle que se bifurca
entre el desamparo y del dolor.

El eterno asesino de ilusiones
llora lento con espasmos comprimidos.

Agita derrotado su bandera blanca,
en su otra mano hay un abismo insondable
que ya no le cabe en la mirada.
sólo las sucias lágrimas
y un desgarrado lamento.

Perdido el ritmo monocorde de su marcha,
se pudre en sí mismo y se oculta la cara.

Languidece trémulo
en recuerdos párvulos
pero homicidas.

Los ojos se le hinchan de miedo,
todo presagio le fue arrebatado,
asoman las fauces sus muertos
y se acomodan en primera fila
para verle las heridas.

Tropieza en sus pasos
y se abandona a su suerte,
exhala un sollozo
y se dispone a morir en mi almohada.


Efecto Secundario



Los camellos son animales muy tristes. Yo no lo sabía.

Todos estos días se han convertido en una sucesión de lágrimas y reproches que presionan mi pecho. Se han ido cayendo una a una mis vértebras. Todas las hojas se han empapado de ese olor a pavimento húmedo que tiene tu sonrisa.

Hay tres membranas que salen de mi mano y se adhieren a tu mirada. De pronto no sé hacia dónde voy. Trato de contener los suspiros que se escapan por mis poros. Como si transpirara tristeza. Hay un vago rumor de miedo que canto día y noche con voz metálica, pero sin brillo.

Ayer descubrí tres cicatrices nuevas en mis ojos. Duelen. Quise caerme y luego meterme bajo la mesa. Quedarme ahí, víctima de la ataraxia. Pero cuando iba a caer, alguien encendió la luz. Yo me distraje viéndote, como a una fotografía. Luego amaneció.

Cuando trato de cerrar los ojos, siento como si los párpados fueran pesados telones escarlata. Me da miedo no poder abrirlos. Así que no duermo y te extraño más horas al día.

Tengo muchos temblores deambulando por mi cuerpo, y el sólo hecho de permanecer de pie, presupone un esfuerzo mortal. Yo decidí quedarme acostada. De todas formas la joroba que me salió en la espalda no me deja caminar. Nunca imaginé que la tristeza tuviera ese efecto secundario.

A veces pienso en los camellos y siento tanta pena, que sonrío...

Pañuelo

De nuevo me sangran los labios... me estoy cansando de todo esto.

La semana pasada mientras me miraba al espejo pensé en ti. En como tus besos detenían la hemorragia.
Creo que te extrañan, sangran más ahora...
Es tan triste llorar por la boca y no por los ojos. Ayer, cuando desperté, había sangre en la almohada, y la mancha se parecía ti... lo juro, sobre todo en las orejas.

No quiero que pase más... al menos no tan seguido. He probado otros besos, sabes, pero no es igual, no tienen ese efecto coagulador de los tuyos... Hubo unos, incluso, que me hicieron sangrar más. No los volví a ver nunca...

Ahora que no estás, tengo miedo, no sé hacia donde ir, además, no tengo pañuelos, te los llevaste todos, y los de papel, dejan restos en mis labios, no me gusta... la otra vez salí a la calle con la boca llena de virutas de papel, no me había fijado... todos se me quedaron viendo raro, hasta que una señora muy dulce me dijo:
-disculpa, llevas algo en la boca- y me alcanzó un espejo.

¿Entiendes porqué te extraño?
Siempre andas un pañuelo, y cuando comenzaba a sangrar, me besabas y luego limpiabas con cuidado mi boca, me dabas el pañuelo y yo limpiaba la tuya. ¡Qué devoción nos teníamos el uno al otro! Mientras tanto nos mirábamos con dulzura.

Ayer te vi pasar de largo, ibas normal, como cualquier pez de arrecife... yo quise llamarte, pero sentí húmedos los labios, y claro, sabía el motivo... yo andaba una blusa blanca... ¿ves porqué no te llame?

Es imposible no sentirme triste ahora, veo los vidrios rotos en el suelo y pienso en tus ojos...

Aún no sé porqué me gritaste, era innecesario, yo habría entendido todo con un "chau" simple, de esos que me habías dicho alguna vez.
No me gusta que grites, me duelen las muelas cuando lo haces, además queda un zumbido en mi cabeza por días. Debe ser algún problema en tu voz. ¿Habrás ido, por fin, a ver al foneatra? No alcanzamos a ir juntos, que pena, yo quería explicarle como es el zumbido que provocas...

¡Uy qué suerte!
Mira, encontré un pañuelo bajo la cama... ya ves... siempre te quedas un poco cuando te vas...





Ven...


Cae la noche y se llena de silencio el aire.

Las paredes son extrañas, como si nunca hubieran estado rodeándome. Son una especie de barrotes que sangran si los tocas con la mirada.
No hay relojes en la casa desde que te fuiste, el tiempo se convirtió en una mueca repulsiva que no quiero mirar más, pero está ahí, tangible, recordándome a cada respiro tu ausencia.
No sé qué hago yo aquí aún. Porqué insisto acomodar los vasos de cartón que fuimos acumulando. Ahora nada tiene sentido. Sólo el eco, que es el único rastro de tu presencia.

(¿Adónde estarán los cerillos?)

Hace tantos días de esto... qué vértigo tocar las hojas en blanco que me gritan tu nombre...
Nada es real. Todo es como un reflejo que se ve en un charco, con figuras conocidas, pero no reales...
¿Cómo hiciste para irte tantas veces? Con una bastaba, una franca, una real, pero así... de a pocos, es cruel... pero ya te lo había dicho... ahora qué importa, si de todas formas te fuiste.
Otra huida falsa. Miro por la ventana y estás ahí, parado en el frío, en medio de la noche. Estás ahí viendo, adivinando el color de mis uñas, me ves de lejos y me hablas, yo veo tus labios moverse, y tus ojos, veo tus ojos y me veo ahí...

¿Porqué no me dejas irme a mí? Una vez... sólo por esta vez, deja que sea yo quien haga las maletas y se marche sin dejar besos dibujados en los papeles... Déjame una noche caer rendida a la realidad, salir airosa del desencanto, déjame dejarte en ese mundo que te aprisiona... dejame ser yo la que guarde silencio, la que no mira atrás. Déjame sin canciones, sin recuerdos que apilar en una atroz hoguera, sin lágrimas ahogadas en la garganta... Déjame, sin más... sin excusas...

Sigues ahí, de ese lado de la ventana, mirando... son rojas... no me mires más... ¿ya qué importa el color de mis uñas o este abrigo desteñido que apesta a tabaco? No mires más... lo sabes, tiemblo cuando me miras... ¿te lo digo otra vez?eres cruel...
Cruel como la mayonesa cuando está rancia, cruel como la última copa de vino... cruel como mirarte y decirte que te extraño, y corras de nuevo y me envuelvas en un abrazo... cruel como que te vayas y luego me extrañes, cruel como cuando regresas al mundo que odias... cruel como estas mil lágrimas ahogadas.

¿Porqué sigues afuera? Hace frío, con lo bien que se está aquí, sólo tú, yo, sin mundo, sin manos, sin muros, sin mordazas, sin cadenas, sin ropa, ¿aire? apenas el necesario para que nos respiremos...
Deja todo afuera... yo te espero y acomodo los vasos de cartón, yo te espero y no tengo reloj...

Ven...

De insomnios y otros parásitos




Voy de calle sin rumbo...
bordeando el vaso del silencio.

Alrededor un eco danza y me da vuelta
entorpeciendo mi andar...
como si de pronto el abismo
me mirara con dulzura,
como si el viento corriera por mis venas...

La melodía decadente de la noche
se marcha sin mí:
yo me quedo con mis brazos,
con los tentáculos de mi mente
atravesando las grietas del fantasma
que soy yo cuando el insomnio
muestra impúdico su corona
y esa mancha de hollín.

Se cierra el hastío en un círculo
indescriptible... francamente repulsivo,
Yo?? Sigo espectral viendo
las agujas del reloj caerse de espanto
a los pies de las lápidas de los sueños.

No cabe una sombra más bajo mi sábana
la habitación da vuelta y vuelta
dejándome vacía...
como si de pronto yo me abandonara
como si al fin lograra huir de mis pies.

Vacilo... titubeo...
me detengo y me arrincono
en la esquina de mi almohada.

Me desvanezco como el deseo
pero quedo presa del aire oscuro.

Cae el vaso al piso...
entonces yo... de nuevo maldigo y lloro.

Incovenientes Matutinos



Advertencia: La autora no se hace responsable por los daños que la exposición prolongada a esta clase de lecturas pueda ocasionar.
Así mismo aclara que este texto fue escrito en día en que la única y compartida neurona que posee, la tenía su entrañable y querida amiga Vivian La Gallina de los Montes Verdes, conocida como Super_Matrix_Pollito_(...).
De igual manera, se le comunica al lector que este delirio no tiene fondo filosófico-metafísico-existencialista que el lector deba descubrir entre líneas, sino que es el claro reflejo de una tarde ocio. Y se le exonera de toda culpa en caso de abando repentino de la lectura.
De aquí en adelante, corre por su cuenta...
Gracias.

Atentamente,

La Administración del Mercado


Todo sucedió justo hoy por la mañana, cuando mi cuerpo (en contra de mi voluntad) se cayó de bruces dentro de mi taza de café.
Estando ahí vi que mis manos habían perdido el color. Luego de un rato de intentos inanes por salirme, decidí quedarme flotando en la taza, al final no se estaba tan mal allí, me gusta el aroma del café, el sabor amargo que queda en la pared de mi garganta, además en el fondo, había un poco de azúcar que no se había mezclado bien... siii mi taza de café era un buen lugar.
Lo único con lo que no estaba tranquila, era con el hecho de que mis manos habían perdido además la textura, ¿sería que de pronto me estaba desintegrando?, pero... ¿porqué las manos primero? ¿no habría sido más misericordioso comenzar por las orejas? Qué sé yo !!
De pronto si mi cabello perdiera el color, no me preocuparía tanto, pero mis manos... mis manos ¿porque?

(Nota mental: dejé los cigarrillos al lado de mi pan con mermelada, eso sí está jodido... bueno, en todo caso, acá adentro no podré fumar sin que el liquido café me arruine la seca y trozada nicotina, seguro están mejor afuera... sí ahí están mejor. No seas bruta... ¿cómo ibas a fumar sin manos...?)

O un pie !! Sí eso es.. ¡que se me borraran los pies! Aunque no sería conveniente caer en una taza de café sin pies, me iría al fondo como una roca, pero... mis manos... ¡Qué sensación extraña, no sentir los bordes de la taza, la tibieza del café con mis palmas...

(Nota mental 2: Este café está riquísimo... creo que me beberé un trago más... antes de que se enfríe, frío el café tiene cierto sabor a herrumbre, que nunca pude tolerar.)

Pensándolo un poco, haber caído en una taza de café es un caso fortuito de buena suerte, de haber sido un vaso con agua, probable que me ahora rápidamente... seguro...
me quedaría dormida en poco rato... eso habría sido nefasto... pero el café, aparte de su aroma, y de su sabor amargo, me gusta porque me ayuda a mantener la vigilia... aunque... de
pronto lo mejor es caer en un vaso con whisky, y tres o cuatro hielos, así podría intercambiar opiniones con ellos, esto de irse deshaciendo de a pocos... una segunda, tercera o
cuarta opinión, nunca está de más.
¿Porqué la casa estaba sola? A esa hora siempre está la familia... qué extraño... ¿Se habrán despertado y caído antes en sus tazas de café? A lo mejor, debieron haberse desintegrado mucho antes de que yo despertara... ¿qué habrán sentido? Pero... si eso pasó ¿dónde estaban sus tazas? alguien debió recogerlas de la mesa... ¿quién pudo ser?

(Nota mental 3: al parecer sólo perderé las manos, el resto sigue intacto, ¿será una especie de castigo divino?)

Hace cuatro horas, lo sé porque el reloj de la cocina me queda a simple vista, cuatro horas flotando y golpeando mi cabeza contra la loza de la taza... esta taza es linda, pulcra, como todo buen círculo, completa... así son los círculos ¡Qué admiración me produce su redondez!
Bueno, pero comienza a hacer frío, y ya el café es herrumbroso, y además se me pondrán amarillos los dientes, y el cuerpo entero. Dejá de verme con esa cara, todo es como te lo cuento, te lo juro... ahora dale, sacame de acá...